En marzo de 1919, la situación del zapatismo era precaria.
Escaseaban las municiones de guerra y muchos hombres habían abandonado la
lucha, aun así, Emiliano Zapata seguía siendo un rival de cuidado para el
Gobierno de Venustiano Carranza. El General carrancista Pablo González junto
con el Coronel Jesús Guajardo idearon un plan para engañar a Zapata. Hicieron
correr el rumor de que por ciertas diferencias, Guajardo se había distanciado
de González y buscaba desertar del ejército federal con hombres y armamento de
guerra.
Hasta el campamento zapatista llegó la noticia y el caudillo del
sur mordió el anzuelo. Presuroso, escribió a Guajardo invitándolo a
incorporarse a las fuerzas zapatistas. En los últimos días de marzo y primeros
de abril, ambos personajes intercambiaron cartas. Guajardo fue muy cauteloso,
pidió garantías para él y para sus hombres, dio muestras de su respeto y futura
obediencia, pero sobre todo ofreció miles de cartuchos útiles para las
carabinas zapatistas.
Debido a lo desconfiado que era Zapata, decidió pedirle a
Guajardo una última prueba de lealtad: que fusilara a Victoriano Bárcenas, un
militar que en los últimos meses había dejado una estela de muerte y
destrucción por todo Morelos. Guajardo no lo dudó y ordenó el fusilamiento de
Bárcenas y 59 de sus hombres que militaban en las filas carrancistas. Zapata
complacido se convenció y abrió las puertas de su movimiento para recibir a
Guajardo dignamente.
El 9 de abril de 1919, Zapata y Guajardo se conocieron
personalmente en Tepalcingo. Emiliano lo felicitó por incorporarse a la causa
del Plan de Ayala y brindaron. Sabedor de que una de las grandes pasiones de
Zapata eran los caballos, como muestra de buena voluntad, Guajardo le regaló un
alazán, llamado el “As de Oros”. El coronel expresó a su nuevo jefe, que le
entregaría los cartuchos al otro día en la hacienda de Chinameca.
En la mañana del 10 de
abril de 1919, Zapata y sus hombres se acercaron a la hacienda de San Juan Chinameca. No pudo encontrarse con Guajardo
porque corrió el rumor de que los federales se aproximaban. El general se
movilizó para esperar el ataque y luego de algunas horas de alerta, nada
sucedió. Zapata regresó a Chinameca pasado el mediodía.
Dos hombres de Guajardo, salieron de la hacienda y a nombre de
Guajardo invitaron a Zapata a pasar a tomar unas cervezas. El caudillo
finalmente aceptó. Su secretario particular, el mayor Salvador Reyes Avilés,
dejó la descripción más exacta y más dramática del asesinato de Zapata:
“Ordenó el
General Zapata ‘Vamos a ver al Coronel, que vengan nada más diez hombres
conmigo’. Y montando su caballo, un alazán que le obsequiara Guajardo el día
anterior, se dirigió a la puerta de la casa de la hacienda. Le seguimos diez,
tal como él lo ordenara, quedando el resto de la gente, muy confiada,
sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas. La guardia
uniformada, parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces
la llamada de honor, y al apagarse la última nota, al llegar el General en Jefe
al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a
quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que
presentaban las armas, descargaron dos veces los fusiles, y nuestro inolvidable
General Zapata cayó para no levantarse más”.
El cuerpo de Zapata rodó por los suelos sin vida. De inmediato
los soldados del traidor Guajardo, lo metieron a la hacienda y al caer la tarde
lo trasladaron, a lomo de mula, a la ciudad de Cuautla, donde esperaba el
general Pablo González para certificar la muerte del caudillo. El cadáver fue
retratado varias veces y fue expuesto para que la gente lo viera y no quedaran
lugar a dudas.
El cadáver de Zapata fue expuesto al público en la presidencia
municipal de Cuautla durante los próximos días. Allí, un reportero se
sorprendió con la conversación entre dos campesinos, en la que uno de ellos,
con voz baja, dijo que aquel cadáver no era de Zapata, pues no tenía el lunar
cerca de los ojos y que tenía los dedos completos, siendo que "Zapata
tenía un dedo mocho" por un accidente de reata. Los carrancistas amenazaron
a quien negara la identidad del cadáver, pero la leyenda de que “Zapata vive” surgió
de todos modos y consoló a los zapatistas sobrevivientes hasta su muerte.
En la ciudad de México, Venustiano Carranza recibió la noticia
con beneplácito, felicitó a Pablo González por el “plan que llevó a cabo con
todo efecto” y le otorgó a Guajardo el grado de General y 50 mil pesos de
plata.
Como era de esperarse, al día siguiente los principales diarios
capitalinos dieron la versión oficial de la muerte de Zapata. Ninguno mencionó
que había caído víctima de la traición y en una emboscada. El Pueblo señaló:
“su vencedor, el Coronel Guajardo, llevó a cabo un hábil plan de astucia y de
valor para lograr la muerte del terrible ‘Atila del sur’”. Excélsior publicó:
“El sanguinario cabecilla cayó en un ardid sabiamente preparado por el General
Don Pablo González”. El Demócrata: “Emiliano Zapata fue muerto en combate” y El
Universal: “Emiliano Zapata, derrotado y muerto por tropas del General Pablo
González”.
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