viernes, 10 de abril de 2015

La Traición en San Juan Chinameca

En marzo de 1919, la situación del zapatismo era precaria. Escaseaban las municiones de guerra y muchos hombres habían abandonado la lucha, aun así, Emiliano Zapata seguía siendo un rival de cuidado para el Gobierno de Venustiano Carranza. El General carrancista Pablo González junto con el Coronel Jesús Guajardo idearon un plan para engañar a Zapata. Hicieron correr el rumor de que por ciertas diferencias, Guajardo se había distanciado de González y buscaba desertar del ejército federal con hombres y armamento de guerra.
Hasta el campamento zapatista llegó la noticia y el caudillo del sur mordió el anzuelo. Presuroso, escribió a Guajardo invitándolo a incorporarse a las fuerzas zapatistas. En los últimos días de marzo y primeros de abril, ambos personajes intercambiaron cartas. Guajardo fue muy cauteloso, pidió garantías para él y para sus hombres, dio muestras de su respeto y futura obediencia, pero sobre todo ofreció miles de cartuchos útiles para las carabinas zapatistas.
Debido a lo desconfiado que era Zapata, decidió pedirle a Guajardo una última prueba de lealtad: que fusilara a Victoriano Bárcenas, un militar que en los últimos meses había dejado una estela de muerte y destrucción por todo Morelos. Guajardo no lo dudó y ordenó el fusilamiento de Bárcenas y 59 de sus hombres que militaban en las filas carrancistas. Zapata complacido se convenció y abrió las puertas de su movimiento para recibir a Guajardo dignamente.
El 9 de abril de 1919, Zapata y Guajardo se conocieron personalmente en Tepalcingo. Emiliano lo felicitó por incorporarse a la causa del Plan de Ayala y brindaron. Sabedor de que una de las grandes pasiones de Zapata eran los caballos, como muestra de buena voluntad, Guajardo le regaló un alazán, llamado el “As de Oros”. El coronel expresó a su nuevo jefe, que le entregaría los cartuchos al otro día en la hacienda de Chinameca.
En la mañana del 10 de abril de 1919, Zapata y sus hombres se acercaron a la hacienda de San Juan Chinameca. No pudo encontrarse con Guajardo porque corrió el rumor de que los federales se aproximaban. El general se movilizó para esperar el ataque y luego de algunas horas de alerta, nada sucedió. Zapata regresó a Chinameca pasado el mediodía.
Dos hombres de Guajardo, salieron de la hacienda y a nombre de Guajardo invitaron a Zapata a pasar a tomar unas cervezas. El caudillo finalmente aceptó. Su secretario particular, el mayor Salvador Reyes Avilés, dejó la descripción más exacta y más dramática del asesinato de Zapata
“Ordenó el General Zapata ‘Vamos a ver al Coronel, que vengan nada más diez hombres conmigo’. Y montando su caballo, un alazán que le obsequiara Guajardo el día anterior, se dirigió a la puerta de la casa de la hacienda. Le seguimos diez, tal como él lo ordenara, quedando el resto de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas. La guardia uniformada, parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces la llamada de honor, y al apagarse la última nota, al llegar el General en Jefe al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que presentaban las armas, descargaron dos veces los fusiles, y nuestro inolvidable General Zapata cayó para no levantarse más”.
El cuerpo de Zapata rodó por los suelos sin vida. De inmediato los soldados del traidor Guajardo, lo metieron a la hacienda y al caer la tarde lo trasladaron, a lomo de mula, a la ciudad de Cuautla, donde esperaba el general Pablo González para certificar la muerte del caudillo. El cadáver fue retratado varias veces y fue expuesto para que la gente lo viera y no quedaran lugar a dudas.
El cadáver de Zapata fue expuesto al público en la presidencia municipal de Cuautla durante los próximos días. Allí, un reportero se sorprendió con la conversación entre dos campesinos, en la que uno de ellos, con voz baja, dijo que aquel cadáver no era de Zapata, pues no tenía el lunar cerca de los ojos y que tenía los dedos completos, siendo que "Zapata tenía un dedo mocho" por un accidente de reata. Los carrancistas amenazaron a quien negara la identidad del cadáver, pero la leyenda de que “Zapata vive” surgió de todos modos y consoló a los zapatistas sobrevivientes hasta su muerte.
En la ciudad de México, Venustiano Carranza recibió la noticia con beneplácito, felicitó a Pablo González por el “plan que llevó a cabo con todo efecto” y le otorgó a Guajardo el grado de General y 50 mil pesos de plata.
Como era de esperarse, al día siguiente los principales diarios capitalinos dieron la versión oficial de la muerte de Zapata. Ninguno mencionó que había caído víctima de la traición y en una emboscada. El Pueblo señaló: “su vencedor, el Coronel Guajardo, llevó a cabo un hábil plan de astucia y de valor para lograr la muerte del terrible ‘Atila del sur’”. Excélsior publicó: “El sanguinario cabecilla cayó en un ardid sabiamente preparado por el General Don Pablo González”. El Demócrata: “Emiliano Zapata fue muerto en combate” y El Universal: “Emiliano Zapata, derrotado y muerto por tropas del General Pablo González”.

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